miércoles, 9 de diciembre de 2015

DESTINO

Él había tocado la puerta, la escena vista desde el panóptico coincidía con el acto de cualquier novela que insta a las damiselas a soñar con príncipes y finales felices.
Ella no esperaba, había aprendido de la racionalidad que los finales felices son una especie de consuelo para no decaer en  la  insoportable levedad de ser.
Ambos coincidan en espacio, tiempo y química. Él un guerrerista, su rutina se balanceaba entre la colección de armas y fieles reuniones a clubes de tiro, anarquista, economista de la palabra, aficionado y practicante del  humor negro, una estatura fatua, ceño fruncido y pulcritud de expresiones.  Ella defensora de las causas perdidas, abogada y presidente de una asociación de ayudas a víctimas del conflicto, cándida, sonrisa sublime, elocuente, racional, menuda, delicada, lectora consagrada y simple.
La puerta los había conectado; ambos fueron presos de la energía del otro, la conexión fue la entrada ella salía y el entraba pero el tiempo se detuvo en esa mirada. Si alguno hablara y conociese la realidad del otro ese momento sublime perecería en el instante.
¿Cuál es la mezcla de los amores posibles?, si el equilibrio de la paz y la guerra las humanidades aún no lo encuentran, ¿Cómo mantenerlo dentro de la magia de los que se encuentran presos?
Las moiras en su nacimiento habían determinado que la guerra llegaba a la paz a través de la palabra conciliadora.
Ella absorta en tal sortilegio y en el umbral le pregunto

-¿Es usted también admirador de Hemingway?

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