Lo había descubierto, lo necesitaba, él era apodíctico para ella. Lo reafirmaba cada vez que leía a Hemingway.
Detestaba las clases de tiro, pero recitaba embelesada las armas utilizadas en
la guerra del golfo, había aceptado una colección de medallas como regalo por
la publicación de su libro. Él la rencontraba con ese otro yo que no disfrutaba
pero que era también ella. Cada queja guerrerista terminaba silenciada por un apoyo
a sus proyectos de victimas por recitar a deshoras poemas de Bennedeti cuando
el aire de la casa era rosa o atraer a Pessoa cuando los inviernos invadían su
neurosis. Él la hacía suya a pesar de su individualidad y la perseguía
inclusive cuando no quería ser. Estaba en las horas precisas y huía cuando era
necesario pero tenía una constante era para ella más que ella para él. Ahora
ella lo había descubierto
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