Quizás fue la sensación de desasosiego, tal vez ese vacío por dentro que le quedaba una y otra vez y que sólo con el pasar de las tardes se iba apagando; a lo mejor esa constante reclamación de la conciencia, sobre todo en las noches o cuando a puerta cerrada en el baño se encontraba en silencio; algo de la culpa que desde niña le fue integrada a su ser con dosis bien programadas de castigos y promesas sin cumplir; De seguro un poco de todo esto. Era innegable que si quería dejar de experimentar algo o todo de esto tendría que tomar la decisión y mantenerse firme en ella ¿Pero cómo lograrlo? Sabía que uno solo era el camino y ahora, en este momento estaba dispuesta a lograrlo. Pretendió llenar los pulmones de aire nuevo mientras sintió alivio de vaciar el humo gris y dulzón del cigarrillo que de a pocos formaba figuras tenues en complicidad con la mentirosa lengua y los labios entreabiertos.
Para lograrlo, era seguro, necesitaría de toda su voluntad, del conjunto de su cuerpos, de la participación de cada una de las caprichosas células que se organizaban en manos con dedos teñidos o en pies que conocían el camino y la conducían al kiosco con letras grandes y multicolores que sus ojos –también de células- devoraban con ansias. Su nariz, que cada vez más ignoraba otros aromas, se disponía a la invitación de la cajetilla sentida en los dedos; el oído que disfruta del chasquido que se produce al romper el empaque. Ella misma más allá de su propio cuerpo, desde eso que filósofos llamaban su metafísica y los teólogos el alma se preparaba para vivir el momento. Iba a ser difícil dejarlo, pero estaba dispuesta.
Otras veces lo había intentado sin mucho éxito, lo que podía comprobarse con el deseo presente. Tantos intentos como caminos para facilitar el abandono: un parche en el antebrazo; la promesa a la mamá, con todo y juramento ante la imagen desgastada del santo de los imposibles; las reuniones a compartir experiencias con un grupo de ex adictos; el aplazamiento del momento con pequeños engaños que la llevaban a desarrollar la ansiedad más insoportable y el cambio de humor que aterraba a conocidos y amigos; las agujas en la oreja; la caries que le produjo el llevarse a la boca un dulce cada vez que tenía ganas y, una formula que por poco la hace millonaria, una moneda a la alcancía por cada infracción al compromiso. Nada funcionó en el pasado.
Ahora, sin embargo todo sería diferente, esta vez no habría regreso; el que su vida estuviera ligada desde el final de la niñez a la dependencia no la hacía feliz aunque tampoco la avergonzaba, era sólo cuestión de demostrarse que ella gobernaba su existencia, un reto a la naturaleza y la voluntad de los dioses. Caminó buscando en la memoria momentos que le permitieran sentirse feliz y descubrió que, curiosamente, sólo lo había sido mientras dormía, justo los momentos en los que de vicios, nada.
somos seres de hábitos y adquirimos con mayor facilidad aquellos que nos lastiman, porque liberan en nuestro cerebro aquellos químicos que los hacen necesarios...
ResponderEliminarsomos seres de hábitos y podemos habituarnos a dejar de serlo.